viernes, 2 de septiembre de 2011

El cervatillo ileso


Los días en el exilio y las noches en vela habían hecho de Jack un ser poco amigable y algo introvertido. Nunca vestía de colores cálidos si podía evitarlo y trataba a las personas más jóvenes que él con respeto, pero con condescendencia. Llevaba diez mil años vagando por los mundos y ya quedaba poca gente que lo superase en edad, así que se podría decir que Jack no tenía relaciones reales. Jack, no obstante, disfrutaba con lo que hacía.
Esa mañana se encontraba solo, en una pequeña tienda de antigüedades. Hacía poco que había amanecido y todo estaba aceptablemente ordenado dentro del establecimiento.

jueves, 17 de febrero de 2011

Entró en el salón

Se recostó sobre su trono, cansado, tras una larga noche de vigilia. El Archimago sabía lo que estaba haciendo, o al menos eso se decía a sí mismo. El Archimago.

La noche vapuleó los sauces junto al foso del castillo que no es tal. El mirlo se invirtió de llanto. El Archimago apareció en el Gran Salón. Todo era oscuridad desvelada. Dio dos palmadas y las fuentes de radiación comenzaron su cometido, serviciales ante las vibraciones de densidad del medio que las imbuía. Las puertas del final del Salón se abrieron con su solo pensamiento. Era su castillo y lo tenía bien enseñado, pensó. No la avaricia del muro ni de los tapices que antaño tal vez hubieran extasiado las miradas de un músico o de un atleta. No había atletas en esta Edad.

Bajó las escaleras, casi confundido con el aire y con sus fuerzas de London, el archimago sabía cómo habitar su propia morada y las escaleras lo acogían agradecidas. en el medio de la mazmorra un cuerpo llacía desnudo... bueno, tal vez no.

Levántate, dijo el archimago. El muchacho alzó la cabeza, sus pupilas inyectadas en incomprensión resentida y en asfalto. Todos están muertos, tu familia, dijo el archimago, ha sido brutalmente asesinada, todos en la aldea de hecho. No había visto nada parecido en muchas edades, muchacho. Ella ordenó matarlos. Pero no era a ellos a los que buscaba, era a ti. Todos están muertos y sus almas torturadas ¿por tu culpa? Puedes apostar que sí. Puedes dar gracias que los años me han enseñado, muchacho.

Las luces se encendieron pero no demasiado. El archimago parecía pensativo. En otro tiempo, te habría abierto. Abría arrancado tu corazón del pecho para mirar directamente en él, y buscar qué es lo que Ella quería. Lo que Ella todavía quiere. Ahora, no obstante, conozco otros métodos más... higiénicos.

El desafío

En la profunda noche los suelos se elevaron, livianos, sobre la mirada atenta del Faquir. Era más de lo que la desolación podía abastecer. Ahora perdida para siempre, en la sombra del murmullo vespertino, no es cierto que con la alborada, puede subsanarse, pero es más que la ardid postrera y en la dicha sabe, que no mentimos inermes entreverados.

Tomó mi mano, fue solo un instante. El tiempo justo para que sintiera su pulso. Su pulso y el deseo. El deseo de abrazarlo. Pero no lo hice, pues he aprendido qué es lo que se debe hacer en cada momento. Y sé que no he de sufrir ni consumir mis noches esperando a quien venga a despertar el olvido. Y no puedo evitarlo. Esperar. Siempre hay una espectativa cautiva. Entre los ojos de los inocentes, hemos sido capaces de construir nuestro camerino privado, nuestro camerino de misterio, nuestro camerino de enseñanzas vacías.

Siento que nada tiene sentido. ¿Es necesario darle un sentido a la vida?¿Darle un sentido a todo esto, a lo que somos o a lo que no somos? Es verdadero. Nada es verdadero, salvo los sueños. Los sueños es todo cuanto me queda y no hay más allá entre el espíritu de la víbora, no hay reescritura ni desvarío postrero ni muertes en la noche inesperadas. Despedíos del tiempo, pues no es vuestro amigo.

domingo, 30 de enero de 2011

Perforación

El jugo y néctar que atesora
la débil necedad de vuestro gesto
en soledad sonora
y en el entrante enhiesto,
lucir de vuestra hora
destruye ufano
y encuentra al fin en lodazal mundano
el músico gentil que lo deplora.

jueves, 27 de enero de 2011

El portal

No entró hasta el portal, sino que se quedó mirándolo desde la lejanía, esperando a que se abriera o a que pasara algo. Sin embargo, el portal permaneció tranquilo. Frío entre las sombras.
El muchacho pensó. Fue entonces, ante semejante esfuerzo, que su cabeza entró en combustión. El dolor del fuego taladró sus cuencas, pero no gritó. No podía apartar la vista del portal, y de su quietud constante. Decidió acercarse de manera cautelosa. Al llegar al portal su cerebro era todo cenizas, pero apenas notó la diferencia. Se aproximó hasta que pudo alcanzar el portal estirando su brazo derecho, y lo tocó.